Marcel Ruiz Mejías Writer

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Meses de perros: historia del descubrimiento de la insulina




Leonard Thompson fue el primer ser humano, un niño de 14 años, que aquel 23 de enero de 1922 recibió una inyección de insulina que le salvó la vida. Leonard fue diagnosticado de la actualmente llamada diabetes tipo I, de pronóstico fatal en poco tiempo. De hecho, ya había recibido una inyección antes, el día 11, que le causó un efecto limitado. Pero esta imagen de un niño recuperando la vida en sus mejillas tras una inyección en un hospital de Toronto es quizá uno de los momentos más mágicos de la historia de la ciencia. Representa la tenacidad de un equipo de investigadores con Frederick Gates Banting a la cabeza. Esta historia comienza de la manera que acaba: salvando vidas.


Las evidencias previas

Por aquella época, Fred Banting era profesor de fisiología del páncreas en Toronto, tarea que realizaba complementariamente a su consulta, después haber vuelto de su servicio como militar en la Primera Guerra Mundial. A finales de 1920, cayó en sus manos un ejemplar de la revista Surgery, Gynecology & Obstetrics, donde leyó un artículo de Moses Barron sobre un caso de litiasis pancreática, caracterizada por presentar piedras en el conducto pancreático. En la autopsia que refería el artículo, se encontró una atrofia de las glándulas productoras de jugo pancreático -acinos- con persistencia de las células de los islotes de Langerhans, similar a lo observado al bloquear un conducto pancreático con una ligadura. 

Barron, nacido en Rusia, confirmó lo que su compatriota Sovolev había descubierto antes en varios tipos de animales, incluidos perros: cuando se ligaba el conducto pancreático, las glándulas que producían enzimas se atrofiaban, y quedaba expuesto el tejido de los islotes de Langerhans. Esto significaba que en el páncreas había dos tipos de tejidos con productos y acciones totalmente diferentes. Es lo que actualmente se conoce como función endocrina, la productora de insulina - y otras hormonas- por los islotes, y la exocrina, productora de jugo pancreático con enzimas digestivas, por los acinos.

Pero en ese momento, Banting le daba vueltas a las conclusiones del artículo, incapaz de conciliar el sueño, y escribió: “Diabetes. Ligar el conducto pancreático del perro. Mantener los perros vivos hasta que se degeneren sus acinos y queden los islotes. Tratar de aislar la secreción interna de estos para aliviar la glicosuria1”. Con esta idea en la cabeza, en el verano de 1921, convenció al Profesor John Mcleod, en Toronto, de que le cediera un laboratorio y unos cuantos perros, además de un estudiante. Este fue por casualidad Charles Bates, porque parece ser que un primer candidato perdió su oportunidad al lanzar una moneda. Más tarde se uniría James Collip. Banting, Bates, Mcleod y Collip formaron así la tétrada que iba a cambiar la historia de la diabetes. Pero el trabajo duro, el experimental, lo llevaron a cabo Banting y Bates.

Los experimentos

Banting y Bates sabían que el páncreas tenía algo que ver en la diabetes. Pero ¿había algo en el jugo pancreático que regulaba el nivel de azúcar? En 1889, Oscar Minowsky, en Alemania, había extirpado el páncreas de un perro para ver si podía vivir sin él. Al día siguiente, había observado que las moscas se arremolinaban alrededor de la orina del perro, porque era dulce. Todos los intentos de otros investigadores para extraer esta hipotética sustancia fueron infructuosos. 


“Quizás lo que sucede es esto, señor Best –dijo Banting (solo al cabo de varios días nuestro trabajo se hizo más llano y entonces éramos Fred y Charley). - Es posible que, cuando se extirpa el páncreas de un animal y se muele para extraer la sustancia X, las enzimas digestivas que contiene el órgano se mezclen con ella y la desintegren. Tal vez haya sido esa la causa que ha impedido hasta ahora encontrar esta sustancia.”



Los jóvenes investigadores decidieron ligar los conductos pancreáticos para evitar que las enzimas digestivas dañaran la sustancia. Esperarían de siete a diez semanas para que el páncreas se degenerara como órgano digestivo y no hubiera nada que destruyera la sustancia X. Finalmente, administrarían la sustancia a un perro diabético para comprobar su efectividad en disminuir la concentración de azúcar en la sangre y orina. Durante el proceso, uno de los mayores problemas era la escasez de perros. Cuando la situación empeoraba, Banting no dudaba en decirle a Bates: "Pon en marcha el Páncreas - nombre que le había dado a su Ford modelo T- y vámonos". Con la ayuda de su infatigable Páncreas, recorrían las zonas más pobres de Toronto en busca de perros que los dueños estuvieran dispuestos a ceder por un dólar.


Un día, tras las debidas semanas de espera, abrieron a los perros para comprobar el estado de sus páncreas. La sorpresa fue que los páncreas seguían en un estado perfecto, lo que significaba que no habían hecho las ligaduras demasiado bien. Pero, según cuentan, Banting era un hombre testarudo. Aprovecharon que Mcleod, el jefe del departamento de fisiología que les había cedido el laboratorio y los medios para realizar las investigaciones, se había marchado de vacaciones; la idea de Mcleod era trasplantar quirúrgicamente el tejido remanente tras la ligadura, lo cual no era algo menor. Al cabo de este segundo set de experimentos de ligadura, los páncreas degeneraron. Habían dado otro paso determinante.

Los dos investigadores procedieron a extraer el páncreas de un animal, fragmentándolo en un mortero previamente enfriado con solución de Ringer, un tipo de solución salina. Luego congelaron la mezcla, dejándola descongelar lentamente antes de triturarla y pasarla por papel de filtro. En ese momento, había un terrier diabético que se encontraba en la antesala de la muerte, tan desfallecido que no lograba siquiera levantar su cabeza. Bates procedió a inyectarle cinco mililitros del filtrado. Aunque se pudo notar cierta mejoría en el animal, no se dejaron llevar por el optimismo y procedieron a analizar su sangre. 

Para ello, extrajeron algunas gotas de la pata del perro con el fin de determinar la cantidad de azúcar en su concentración sanguínea. Banting se mantuvo siempre al lado de Bates mientras se realizaba la prueba, esperando para ver si el reactivo del tubo de ensayo se tornaba rojo oscuro o rosa pálido. Hicieron una determinación cada hora. La coloración se volvía más pálida, indicando que la concentración de azúcar en la sangre disminuía gradualmente. En ese momento, los dos investigadores experimentaron la mayor emoción de sus vidas: la isletina, que así llamaron, existía, y se podía usar como tratamiento. Más adelante, el director del departamento les persuadió para que cambiaran el nombre a insulina.

Inyectar al joven Leonard

Llegaron a Toronto unos días antes con una pequeña cantidad de insulina que habían logrado producir. Estaban ansiosos por probarla en un ser humano. En el Hospital General de Toronto, que se encontraba al cruzar la calle, acordaron trabajar con los médicos del joven Leonard Thompson para intentar salvar su vida. Su descubrimiento de la insulina en los meses anteriores había dado a los médicos de Leonard una leve esperanza: sabían que la insulina tenía el potencial de salvar su vida. Pero Banting y Bates nunca la habían probado en humanos antes, y estaban comprensiblemente nerviosos. No tuvieron más remedio que arremangarse la camisa, e inyectársela el uno al otro. Por suerte, nada más que una pequeña hinchazón.


La inyección para Leonard en sí misma era un procedimiento delicado y complicado: la insulina tenía que ser cuidadosamente preparada y medida, y la inyección debía ser administrada con precisión para evitar dañar al paciente. Banting y Best confiaban en sus habilidades y procedieron con la inyección. Los resultados fueron casi inmediatos: en pocas horas, los niveles de azúcar en sangre de Leonard comenzaron a normalizarse, y él empezó a sentirse un poco mejor. Los dos investigadores inyectaron una nueva dosis a los pocos días. Sus médicos estaban asombrados y continuaron dándole inyecciones de insulina durante los siguientes días.

La recuperación del chico fue nada menos que milagrosa. En una semana, pudo comer y beber normalmente y recuperó su fuerza. Sus médicos se maravillaron de la transformación y supieron que habían presenciado algo verdaderamente extraordinario. La noticia de la recuperación de Leonard se difundió rápidamente, y pronto otros médicos solicitaron insulina para sus propios pacientes. Banting y Best trabajaron incansablemente para producir más insulina, logrando finalmente escalar la producción para satisfacer la demanda gracias a James Collip, quien tuvo un papel clave en la purificación del agregado.

El descubrimiento de la insulina les valió a Banting y Mcleod el reconocimiento con el Premio Nobel de Medicina en 1923. Tras sus desavenencias, Banting compartió el premio con su compañero, y en respuesta, Mcleod con Collip. A pesar de ello, el equipo de investigadores vendió la patente a las compañías para que pudieran comercializarla por un dólar. 

El desarrollo del escalado y mejora de los procesos de producción de la insulina, que más tarde llevaron a cabo las empresas Eli Lilly en Estados Unidos y Novo Nordisk en Dinamarca, fueron críticos para poner a disposición la insulina alrededor del mundo.


Para saber más

1 Glicosuria: término médico para describir la presencia de azúcar en forma de glucosa en la orina, característico de la diabetes.

Best, C. (Redacción de J.D. Ratcliff) Historia de la Insulina: Cómo descubrimos la insulina "Today´s Health" , Asociación Médica Norteamericana.

Jácome A. El descubrimiento de la insulina. En: Pinzón Barco JB, editor. Insulinoterapia: una travesía de principio a fin. Bogotá: Distribuna Editorial Médica; 2020. p. 1-10.