Marcel Ruiz Mejías Writer

View Original

Sobre cyborgs, neurotecnología y neuroderechos

La neurotecnología podrá leer y manipular el cerebro en 20 años ⎮ Los neurocientíficos alertan del riesgo de la violación de derechos fundamentales ⎮ Piden acciones en el terreno internacional 

No siento que uso tecnología. No siento que llevo tecnología. Siento que soy tecnología”. Así expresaba Neil Harbisson hace una década, reconocido como el primer cyborg de la humanidad, su relación con su sensor implantado en un hueso de su cráneo. Nació con un defecto en la visión que no le permitía apreciar los colores, y decidió corregir esto mediante una antena implantada en su cabeza, a través de la cual puede recibir frecuencias auditivas de los colores del espectro visible en el entorno, además del infrarrojo y el ultravioleta. También puede recibir imágenes y llamadas telefónicas.

Fue uno de los primeros en seguir una tendencia actual llamada biohacking. Los seguidores de esta filosofía no dudan en utilizar e implantar en sus cuerpos tecnología que les permite percibir el entorno de un modo aumentado. Por ejemplo, algunas personas se han implantado chips para medir sus constantes vitales, pagar o identificarse. Según la profesora ICREA María Victoria Sanchez-Vives, en el fututo, más pronto de lo que creemos, llevaremos wereables en la ropa integrados en la ropa y en el cuerpo. Parece que va a ser la próxima gran revolución de la electrónica del consumo. Y algunos de estos instrumentos se van a poder integrar en el cerebro. Quizá de esta manera vamos a ser empujados a cruzar los límites del ser humano actual. Una parte de esta tecnología va a estar orientada a aumentar las capacidades del cerebro, y supondrá también la aparición de nuevos tratamientos para enfermedades cerebrales, así como el establecimiento de una nueva relación entre las personas y las máquinas, a través de los llamados interfaces cerebro-ordenador -en inglés brain-computer interface, BCI.

Derivado de la investigación en neurociencia y del desarrollo de máquinas y tecnología capaces de descodificar e interaccionar con el cerebro, el campo de la neurotecnología parece prometedor en muchos sentidos. No es de extrañar que el sector privado, como es el caso de la empresa Neurolink fundada por el magnate Elon Musk, se haya interesado ya por esta tecnología, cualesquiera que sean sus motivaciones más allá de la de generar riqueza. Pero todo tiene su peaje. Hay cuestiones éticas derivadas de este proceso, con sus respectivas implicaciones a varios niveles en la sociedad, y que ponen en tela de juicio qué es lo que nos hace humanos. Además, suscitan que nos preguntemos cómo queremos ser los humanos en el futuro.

Las potencialidades de la neurotecnología

Para estudiar el cerebro hace falta descodificar su actividad, es decir, medirla y averiguar qué mensajes trasmiten todas esas neuronas que funcionan de manera coordinada para generar los procesos biológicos que nos permiten avanzar en la vida, tales como los perceptivos, el aprendizaje o la toma de decisiones. Del mismo modo, los neurocientíficos también tratan de averiguar cómo se construye la psique a través del funcionamiento de los elementos del cerebro, con sus mas de 86.000 millones de neuronas y correspondientes conexiones. La gran pregunta que tratan de contestar es ¿quién somos nosotros, los seres humanos?, que ha guiado a la humanidad para entenderse a sí misma desde hace milenios y desde muchos campos, tales como la sociología, la filosofía o la propia ciencia. El otro objetivo de la neurociencia ha sido tradicionalmente el de entender el cerebro para tratar de arreglar las situaciones en las que este no funciona bien. Para ello, el desarrollo de la propia tecnología derivada de este gran esfuerzo de entender el cerebro, y a la vez, poder actuar sobre él, ha supuesto que a día de hoy se haga manifiesta una revolución que a corto plazo transformará nuestras vidas.

Un ejemplo de ello es el caso de los estimuladores de DBP - deep brain stimulation - que son pequeños electrodos que se implantan en algunos pacientes con Párkinson. Estos electrodos son colocados en regiones profundas del cerebro, posibilitando que mejoren significativamente los síntomas de estas personas. Otro ejemplo de uso de neurotecnología es, si cabe, todavía más impresionante. En 2016 se publicaron unos resultados experimentales guiados por el doctor Rober Graunt, en Estados Unidos, donde Nathan Copeland, que había quedado tetrapléjico, podía recuperar la sensación del tacto mediante unos electrodos implantados en su corteza cerebral y un sistema de BCI. Fue un resultado que cambió las reglas del juego, y que supuso un gran avance para la neurociencia con una gran aplicabilidad en las personas. Experimentos como este demuestran que la relación entre las personas y las máquinas está cambiando, y cada vez vamos a estar más íntimamente unidos. Además, la neurotecnología se muestra prometedora para aliviar el dolor emocional que supone sufrir o tener cerca un familiar con una enfermedad del cerebro.

Manipulando la actividad cerebral

La actividad cerebral ya se puede manipular en humanos. Por ejemplo, la estimulación magnética transcraneal (TMS) o la estimulación transcraneal mediante corriente directa (tDCS) ya se están probando para mitigar síntomas de enfermedades como la depresión o la esquizofrenia. Sin llegar al campo de la patología, pero sí rozando el imaginario colectivo de la ciencia-ficción, existen también casos en los que dos cerebros humanos se han conectado a distancia, a través de sistemas de BCI.

En 2014, la revista PLoS ONE publicó un interesante y a la vez inquietante experimento, liderado por Giulio Ruffini, de la empresa StarLab, afincada en Barcelona. En este experimento, una persona desde India envió un saludo, un ‘hola’, que recibió otra persona en Alemania. Les separaban 7700 kilómetros de distancia. A continuación, le envió un ‘ciao’ para despedirse. Fue una prueba de concepto que representaba los inicios entre la comunicación entre cerebros a distancia, que podríamos entender, de alguna manera, como si se tratara de telepatía inducida. Los científicos lo consiguieron codificando el mensaje a través del lenguaje binario: el emisor pensaba en ceros y unos la traducción de la palabra ‘hola’ en binario, y cuando mandaba un uno, esto estimulaba la corteza cerebral del receptor y creaba un flash en su campo de visión, que tenía los ojos vendados. Así, durante 30 segundos, consiguieron transmitir el mensaje. Este, por eso, no es el único caso de comunicación a distancia entre cerebros cuyos resultados ya han sido publicados. 

Además del incuestionable avance en el campo y sus posibles aplicaciones derivadas, esto suscita, entre otras, la siguiente pregunta: si nuestro cerebro puede ser manipulado -y en las próximas décadas el desarrollo de estas tecnologías será vasto- ¿donde va a quedar la capacidad de decidir por uno mismo, o de sentirse ‘uno mismo’?. Es por ello que un grupo de expertos internacional, entre los que se encuentran reputados neurocientíficos, ya se ha preocupado por el tema, y ha acuñado el concepto de neuroderechos. Según apunta María Refojos en un artículo en el Periódico de febrero de 2020 “¿Tiene sentido abanderar la neurociencia y los neuroderechos a la vez?” Elisa Moreu, profesora titular en Derecho de la Universidad de Zaragoza, reconoció que “parece contradictorio”, pero destacó más bien el mensaje que subyace: “Indica dos cosas. Primero, que estamos ante un riesgo real y no potencial. Y segundo, que los neurocientíficos son ante todo seres humanos muy conscientes de las implicaciones éticas de sus avances”.

Neuroderechos

Toda tecnología debería estar protegida de un uso malintencionado. Sabemos por la historia de la ciencia que todo avance o descubrimiento puede ser utilizado de distintas maneras. Fíjense por ejemplo en el caso de la energía nuclear, que derivó en la creación de plantas para generar energía eléctrica, y también en la creación de armamento capaz de arrasar ciudades de más de 350.000 habitantes como Hiroshima.

En esta línea, el grupo de expertos han manifestado su inquietud con respecto al dilema ético que representa la tecnología para proteger a las propias personas. Entre ellos se encuentran reputados neurocientíficos como Rafael Yuste, profesor de Ciencias Biológicas y Neurociencia en la Universidad de Columbia, además de destacadas figuras del derecho o la sociología entre otros campos. Rafael Yuste fue el creador e impulsor del proyecto BRAIN, una iniciativa internacional con el soporte de la administración del presidente Barak Obama, que tiene por objetivo entender el funcionamiento y mecanismos del cerebro. Ahora, alerta de la posible infracción de derechos que puede suponer el desarrollo de la neurotecnología. Es por ello que ha acuñado el concepto de neuroderechos.

Según apunta, los neuroderechos son aquellos que derivan del desarrollo de la neurotecnología, teniendo algunos de ellos que ver con algunos de los ya recogidos en la Carta de los Derechos Humanos de la ONU, y otros en los que tal vez no se había pensado antes. En diciembre de 2021, la Fundación Areces reunió a dos expertos para debatir este tema junto a Rafael Yuste: Tomás de la Quadra-Salcedo, ex-ministro de Justicia y Catedrático Emérito de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid y María Emilia Casas, del Consejo de Ciencias Sociales de la Fundación Ramón Areces y ex-presidenta del Tribunal Constitucional, que actuó de moderadora. En ese debate Yuste explica que los neuroderechos tienen que ver con el derecho a la dignidad individual, ya recogido en la Carta de los Derechos Humanos de la Naciones Unidas. Pero ¿Cuáles son estos neuroderechos?

  1. Derecho a la identidad personal. Es te derecho tiene que ver con el ‘yo’, la consciencia de uno mismo y la propia personalidad. En pocos años la neurotecnología será capaz de descifrar y manipular la actividad de nuestros cerebros. Eso significa que sería posible alterar nuestra personalidad, tanto a raíz de tratamientos para enfermedades que puedan surgir, como por una voluntad de manipular a una persona. También se podría alterar el concepto de ser humano actual, puesto que estas tecnologías permitirán, pongamos el caso, que una parte de nosotros pueda existir fuera de nuestro cuerpo, en otro soporte tecnológico o digital o en otro lugar.

  2. Derecho al libre albedrío. Este neuroderecho se relaciona con la libertad en la toma de decisiones de una persona durante su vida. Pensemos que va a ser posible de manera externa inculcar en el cerebro una decisión o idea, y que además la vamos a percibir como nuestra, sin darnos cuenta que viene de fuera. Esto, de hecho, ya se hace en la actualidad en animales, y pronto trascenderá al ser humano.

  3. Derecho a la privacidad mental. Este neuroderecho deriva del mismo derecho ya recogido en la actualidad a la privacidad, a través del cual se podría recoger información de un individuo sin su consentimiento. Este derecho protegería así cualquier transacción de tipo comercial vinculada a la información extraída de nuestro cerebro.

  4. Derecho al acceso equitativo al aumento de la neurocognición. Las neurotecnologías permitirán potenciar las capacidades del cerebro para llevarlas más allá ese los límites que hoy conocemos. Esto podría generar una suerte de ‘evolución’ de la especie humana. Con lo cual se derivan cuestiones como el hecho de plantearse qué tipo de seres humanos queremos ser en el futuro, y de que esta neurotecnología sea accesible por igual a toda la especie humana, pues se corre el riesgo de generar seres humanos de ‘primera’, los neurocognitivamente aumentados, y de ‘segunda’.

  5. Derecho a la protección contra sesgos derivados de los algoritmos. La inteligencia artificial vinculada a la neurotecnología, desarrolladas de la mano, así como los conocimientos de la neurociencia, pueden generar distinciones y discriminaciones etnia, color de piel, sexo, religión, género opinión, situación socioeconómica, lugar de nacimiento o enfermedad. Por lo tanto son necesarias acciones para evitar la discriminación que se puede generar por estos motivos.

El trabajo hecho y por hacer

El grupo de expertos preocupado por esta cuestión propone utilizar estructruras y tratados internacionales como herramientas con los que preservar estos neuroderechos, derivados del derecho fundamental de la dignidad personal. Según comenta Rafael Yuste, actuando de portavoz, en cuestión de un plazo de 10 a 20 años las neurotecnologías ya se habrán desarrollado suficientemente como para que puedan leer y manipular el cerebro. Yuste hace hincapié en que la conclusión a la que llegaron el grupo de expertos sería adaptar y actualizar tratados tales como la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, o crear otros nuevos, a través de la instrumentos internacionales como la ONU para asegurar su protección. 

Esto atenta un problema de libertad, y además, la pérdida de consciencia de perder la libertad”, comenta de la Quadra-Salcedo.

Además, iniciativas como la de Chile, en la que han incluido estos derechos en la redacción de su constitución en 2019, o la de España, que el pasado julio de 2021 presentó la Carta de Derechos Digitales son pioneras en esta cuestión. María Refojos también apunta en su artículo que “la Unión Europea está dando pasos importantes. También en 2019 se anunció la creación de un Comité ad hoc sobre Inteligencia Artificial y se está explorando la viabilidad de un marco jurídico sobre transparencia, responsabilidad o seguridad relacionada con el progreso tecnológico desde el prisma del Consejo Europeo en derechos humanos, democracia y Estado de Derecho”.

Queremos poder aprovechar los avances de la neurociencia y la neurotecnología para ver cómo nuestras vidas mejoran. Quizá también sería interesante que queramos ser seres humanos mejores, y plantearnos en qué sentido. Habrá que ver cómo de mejores podemos llegar a ser, y si puede suponer algún uso más o menos perverso que pueda dañar nuestra propia existencia.

Para saber más:

Debate Fundación Areces | ‘Los Neuroderechos’ | Diciembre 2021 (YouTube)

Rafel Yuste | Neuroderechos y la privacidad mental | Congreso Futuro 2019 (YouTube)

www.neurorightsfoundation.org