Espacios de restauración cerebral: reserva y resiliencia

¿Por qué algunas personas que han vivido una guerra, maltratos o terribles pérdidas superan estas situaciones de manera diferente, saliendo reforzadas de ello? En física, se dice que un material es resiliente cuando se deforma aplicando una fuerza, recuperando después su forma original. En los últimos años, los neurocientíficos se han dado cuenta de que el cerebro también tiene un comportamiento parecido. 

Por distintos motivos, nuestro cerebro puede reaccionar y reestructurarse ante situaciones traumáticas, aunque la capacidad de ‘restauración’ es variable en la población. La comunidad científica ha puesto el foco en esta capacidad en la última década, para poder entenderla, profundizar en sus mecanismos, y tratar de averiguar cómo potenciarla.

Un nuevo campo de investigación

Esta capacidad de restauración se vincula comúnmente a la vejez, unida a factores protectores ante el Alzheimer, pero también en la evolución de otras enfermedades cerebrales. Parece ser que la resiliencia va unida a otra propiedad del cerebro: la reserva, y estas dos a una tercera: el mantenimiento cerebral. Son ideas abstractas, en el sentido de que no se vinculan directamente con algo material —una área del cerebro, un circuito determinado—, sino que actúan más bien como propiedad emergente o constructo de nuestra psique. Actuarían de manera parecida a lo que haría un salvavidas. Otra manera de imaginarlo puede ser el espacio que quedaría en la carretera delante de un camión que se pasa de frenada, para evitar un accidente. Quizá también lo represente un ‘sencillo’ amortiguador.


En este campo emergente, uno de los problemas que tienen los investigadores es encontrar una forma común de llamarle a estas características. Durante los últimos años, los resultados de las distintas investigaciones han apuntado a los mismos fenómenos de restauración y refuerzo, aunque a veces se les ha llamado de diferentes maneras. El Colaboratorio sobre Definiciones de Investigación para la Reserva y la Resiliencia en el Envejecimiento Cognitivo y la Demencia —financiado por el Instituto Nacional del Envejecimiento y que pertenece al Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos—, está formado por investigadores entre los que se encuentra el reputado neurocientífico español Álvaro Pascual-Leone, y ha tratado de poner un punto de partida para seguir adelante en la misma dirección. 


En un artículo publicado el pasado abril en la revista Neurobiology of Aging, definen las ideas de resiliencia, reserva y mantenimiento cerebral. Vale la pena que las ponga aquí con algún comentario.


La resiliencia es la capacidad del cerebro para mantener la cognición y el funcionamiento con el envejecimiento y las enfermedades. Y engloba las tres siguientes ideas:

  • La reserva cognitiva es una propiedad del cerebro que permite un rendimiento cognitivo mejor de lo esperado dado el grado de cambios cerebrales relacionados con el curso de la vida y lesiones o enfermedades cerebrales.


El rendimiento cognitivo se refiere a que las capacidades intelectuales funcionen correctamente. Lo que mi abuela diría ‘tener cabeza’.


  • El mantenimiento del cerebro se refiere a la relativa ausencia de cambios en los recursos neuronales o cambios neuropatológicos a lo largo del tiempo como determinante de la cognición preservada en la vejez.

Esto significa que no hay cambios o enfermedades en las funciones del cerebro vinculadas a estas funciones intelectuales al llegar a una edad avanzada.


  • La reserva cerebral se ha utilizado para reflejar el estado neurobiológico del cerebro (número de neuronas, sinapsis, etc.) en cualquier momento. La reserva cerebral no implica una adaptación activa de procesos cognitivos funcionales en presencia de lesión o enfermedad, como lo hace la reserva cognitiva.

A diferencia de la reserva cognitiva, esta se refiere a la forma, contenido y función del cerebro que no es ‘intelectual’, es decir, a la propia biología del cerebro: como es, sus células, sus conexiones…

Algo en lo que se están poniendo de acuerdo todos los investigadores es que estas propiedades vienen en gran medida determinadas por las experiencias pasadas de las personas y su capacidad de hacerles frente, así como de gestionar el estrés que las distintas situaciones producen en ellas. A pesar de ello, y relacionado con las ideas de reserva cognitiva y cerebral, la manera de hacerles frente no siempre viene determinada por nuestra voluntad o manera de hacer. 


Parece ser que algunos cerebros vienen preparados ‘de serie’ con una genética que les permitirá sobrellevar mejor las experiencias de la vida. Pero hay otras propiedades del cerebro, como la neuroplasticidad, la neurogénesis y los mecanismos epigenéticos —los que modifican la genética durante la vida— que juegan un papel importante para llegar a la vejez ‘con la cabeza bien’, como decía mi abuela. Estas propiedades pueden modular lo que nos viene dado al nacer, hasta el punto en que la función de algunos genes y el cableado del cerebro  se modifique.



“No tenemos por qué conformarnos con lo que nos ha dado la naturaleza.” Álvaro Pascual-Leone.



Pero hay un factor que parece ser determinante, y que correlaciona en las investigaciones con una mejor preservación de las capacidades del cerebro: la educación.

El papel de la educación en la resiliencia y la reserva

Sorprendentemente, la educación, entendida como el nivel educativo al que puede acceder una persona en una sociedad, está unida a la preservación del cerebro en la vejez. Quizá sea esta una manera de potenciar el amortiguador. La educación proporciona a las personas habilidades cognitivas y emocionales que son fundamentales para enfrentar situaciones estresantes y adaptarse a circunstancias cambiantes. Entre ellas hay:

  • habilidades de resolución de problemas

  • pensamiento crítico 

  • toma de decisiones informadas 

  • capacidad de regular las emociones


Además, la educación fomenta la autoconfianza y la autoeficacia. Cuando las personas adquirimos conocimientos y habilidades, experimentamos el éxito en nuestros esfuerzos educativos, desarrollando una mayor confianza en nuestras capacidades. Esta confianza es un componente clave de la resiliencia, porque permite creer en uno mismo y en la capacidad para superar las dificultades. La autoeficacia es la creencia en la propia capacidad de llevar adelante o salir adelante en una situación, lo que conlleva también un mejor conocimiento de uno mismo. Esto se vincula con cerebros más resilientes.

En su aspecto más social, la educación también juega un papel importante en la construcción de redes de apoyo. A través de la interacción con compañeros y profesores, las personas podemos desarrollar relaciones significativas que nos brindan apoyo emocional y social en momentos de dificultad. Estas conexiones son fundamentales para superar situaciones adversas, y desarrollar un entorno enriquecido, comunitario y humano, para llegar a la vejez en la mejor situación posible.



Para saber más

Collaboratory on Research Definitions for Reserve and Resilience in Cognitive Aging and Dementia https://reserveandresilience.com/framework/

Stern, Y., Albert, M., Barnes, C. A., Cabeza, R., Pascual-Leone, A., and Rapp, P. R. (2023). A framework for concepts of reserve and resilience in aging. Neurobiology of Aging, 124, 100. https://doi.org/10.1016/j.neurobiolaging.2022.10.015

Stern, Y., Barnes, C. A., Grady, C., Jones, R. N., and Raz, N. (2019). Brain Reserve, Cognitive Reserve, Compensation, and Maintenance: Operationalization, Validity, and Mechanisms of Cognitive Resilience. Neurobiology of Aging, 83, 124. https://doi.org/10.1016/j.neurobiolaging.2019.03.022

Hunter, R. G., Gray, J. D., and McEwen, B. S. (2018). The Neuroscience of Resilience. Journal of the Society for Social Work and Research. https://doi.org/10.1086/697956

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