Sobre el equilibrio del cerebro, pensar demasiado, la atención y un barreño

Desde hace bastante tiempo me iban dando vueltas en la cabeza distintas ideas como el equilibrio del cerebro, los propios pensamientos que dan vueltas y la capacidad de poner atención. Hoy me he levantado con la inquietud de escribir sobre todo esto, y después de mandar a los niños a la escuela, me he puesto a picar teclas en el ordenador para ver si algo cobraba sentido.

Tras pasar algún tiempo escribiendo justo estas palabras, y partiendo de la biología desde unas líneas más abajo hasta que he terminado, me he dado cuenta de que todos estos pensamientos necesitaban salir, quizá para restituir otra vez el equilibrio. De eso trata el artículo de hoy: de biología, de homeóstasis cerebral, de pensamientos, de atención y de tejer una historia, con metáfora incluida.

¿Qué es la homeóstasis del cerebro?

Neuronas: tráfico de vesículas y plasticidad neuronal.

En el interior de este órgano conviven de 100 a 200 mil millones de neuronas, además de miles de millones de células acompañantes. Todas estas células se comunican constantemente. Contienen cada una de ellas, a su vez, miles de millones de moléculas en su interior de distintos tamaños: 

  • Hebras de ADN en su núcleo, la biblioteca de las células, con 20.000 genes y otras secuencias cuya función se sigue estudiando.

  • Proteínas estructurales, que actúan como ladrillos de construcción, y funcionales, que son como pequeñas máquinas que realizan una —o varias— tareas

  • Grasas y azúcares para alimentarlas y darles forma 

  • Pequeñas moléculas, como neurotransmisores, iones, oxígeno o agua, con funciones específicas para cada una, como comunicarse, obtener energía y muchas otras.


Todo este sistema está exquisitamente regulado. Algunos de estos procesos están incluso conectados, en el sentido en que muchas de estas moléculas realizan más de una función, o sirve de punto de encuentro de varios de estos procesos. Es como si en una empresa algunos de los trabajadores realizara una función concreta, mientras que otros estuvieran entrenados para el multitasking. Es un verdadero milagro que todo funcione, y una maravilla las distintas maneras de funcionar de cada cerebro, a pesar de ser todos tan parecidos.

Este enjambre de células, moléculas y procesos mantiene un equilibrio, a la vez que permite que haya fluctuaciones. Esto significa, por ejemplo, que constantemente hay aumentos y reducciones de alguno de sus componentes, y el sistema absorbe estas fluctuaciones, generando una especie de comportamiento elástico, en el que se recupera el equilibrio. Esta es la idea de homeóstasis cerebral. ¿Qué ayudaría a comprender esto?



El barreño de agua

Me gusta representar la homeóstasis cerebral, de la misma manera que la del cuerpo completo, con la siguiente idea: imaginemos un barreño azul de plástico cuadrado, donde usualmente pondríamos ropa sacada de la lavadora. Llenémoslo de agua hasta la mitad, y coloquemos en el agua, boca abajo, unos cuantos vasos de tubo, como los que se usan para servir cubatas. 

En este experimento mental, podemos imaginar que apretamos alguno de los vasos que están boca abajo, lo cual provoca que el nivel del agua cambie. Podemos presionar varios de estos vasos, y si los soltamos vuelven hacia su estado previo. Pero si presionamos muchos de estos vasos, o demasiados, el nivel del agua empezará a verterse por el borde del barreño. Es entonces cuando se produce un desequilibrio de la homeóstasis interna del cerebro, que puede llevar a una situación incapacitante. Pasaríamos, pues, de la idea de equilibrio homeostático a la de enfermedad.



El origen de las fluctuaciones y su impacto

Tanto en la salud como en la enfermedad, el cerebro es un órgano que responde a estímulos externos, genera un cambio en su interior, y coordina una respuesta hacia el exterior del cuerpo. Es como una caja negra: sabemos qué entra —el estímulo—, qué sale —el comportamiento/movimiento—, pero realmente no sabemos lo que pasa ahí dentro, teniendo en cuenta que solo cada una de las 100-200 millones de neuronas actúa como una propia computadora, excluyendo el resto de sus elementos.

Sabemos que el entorno juega un papel más importante en cómo funciona el cerebro que la propia información genética que contiene. Sabemos también que la Naturaleza es sabia, y el cerebro, como representación de un trocito de esta, tiene sus propios mecanismos compensatorios. Su tendencia natural es a restablecer ese equilibrio interno que llamamos homeóstasis, y adaptarse.

Pero el cerebro cambia constantemente. Por ejemplo, en la corteza visual de monos macacos, el 7% de los botones sinápticos, que es donde se conectan las neuronas, cambia cada semana. Continuamente se van reconectando todos esos cables y van dando forma a nuevos circuitos, hasta el punto que el mismo estímulo que entra en un momento dado y que generaba una respuesta, genera otra distinta que la que solía dar anteriormente. Esto representa los conceptos biológicos de plasticidad neuronal y aprendizaje. Por lo tanto, para que se dé aprendizaje, es indispensable que exista un estímulo externo, pero también ponerle atención.



Una excusa para poner atención

En ausencia de estímulos externos, el cerebro se pone a pensar, y seguidamente a divagar. Dicho de otra manera, si no existe una excusa para que se produzca un movimiento o un comportamiento, la energía que entra al cerebro de manera externa queda atrapada en él, reverberando en su interior. Esto nos lleva a pasar cíclicamente por un conjunto de secuencias y fantasías, en bucle y aparentemente lógicas, que no llevan a ninguna parte más que a consumir recursos energéticos que el cuerpo —y el cerebro— necesitan. La excusa que necesitamos es un estímulo a través de nuestros sentidos, como por ejemplo escuchar a alguien hablar, o ver una imagen. 

Para que los estímulos entren al cerebro es necesario poner atención a las cosas. La atención es una capacidad cognitiva innata en el cerebro, y requiere la movilización de una gran cantidad de recursos internos, como los que indicaba al inicio de este pequeño ensayo —células, moléculas…—. Esto significa que ante muchos estímulos externos o que duren mucho tiempo, nuestra atención es muy limitada, con lo que corremos el riesgo de no producir ningún tipo de movimiento, y que toda esa energía a la que estamos expuestos quede atrapada en el cerebro. De algún modo hay que darle salida, y generar una reacción.

Existen distintas estrategias para trabajar la atención. Muchas de ellas tienen que ver con la relación de lo que estamos haciendo en un momento dado con nuestro cuerpo, nuestros sentidos y las emociones que experimentamos. Por ejemplo, pongo aquí 5:

  1. Escribir a mano en un diario sin pensar mucho: un tipo de escritura libre y directa

  2. Hacer un dibujo sin prepararlo, tan solo comenzando con el lápiz en el papel en blanco, guiándonos por la intuición

  3. Hacer puzzles, crucigramas, autodefinidos, sudokus, etc.

  4. Hacer deporte

  5. Meditar

Son maneras canalizar toda esa energía que queda atrapada en el cerebro, que generan pensamientos que van creciendo, circulando por nuestra cabeza, y que toman distintas formas. No hay que confundirlo con la imaginación, que es un proceso guiado. Estos recursos, por ejemplo, podrían estar destinados a estar atentos a lo que sucede justo delante de nosotros. 

Quizá así lleguemos al final del día con una sensación distinta a la de estar planchados por una apisonadora, y podamos ir restituyendo este delicado equilibrio, evitando malestares innecesarios que habitualmente nos llevamos a la almohada. El sueño, el de pasar una buena noche durmiendo, es uno de los grandes mecanismos cerebrales para su restauración, aunque esta es otra historia, que tal vez pueda ser contada en otro momento.

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